La espantada bolivariana

Las sesiones de la Asamblea General de la ONU tienen fama de aburridas y poco eficientes a la hora de buscar soluciones a los conflictos que plagan el mundo. Por eso en esta ocasión, además del esperado encuentro que no se dio entre el presidente iraní Hasan Rohani y Barack Obama, la otra gran expectación era la intervención del gobernante venezolano, Nicolás Maduro. Sin embargo, hasta horas antes de su programada comparecencia todavía era un misterio su presencia en la sede de la ONU.

Días antes, cuando Maduro se embarcó en su primer viaje oficial como jefe de Estado a China, volvía a ser noticia la tormentosa relación que Caracas ha establecido con Washington desde los tiempos del desaparecido Chávez, siempre en busca de un enfrentamiento con su vecino del Norte. En su línea habitual, que es la de imitar el tono y la peleona dialéctica de su antecesor, Maduro denunció a EEUU por bloquearle la entrada al espacio aéreo de Puerto Rico al avión de Cubana de Aviación que lo llevaría hasta Pekín. Denuncia que Washington negó, sin darle mayor importancia .

No contentos con la respuesta lacónica, desde China, el canciller venezolano Elías Jaua declaró que el viaje de Maduro a Nueva York dependía de que pudieran garantizar que EEUU lo respetaría «para que no hubiese ningún inconveniente que lesionara la majestad del presidente Maduro». Es evidente que el dirigente bolivariano ha preferido preservar su «majestad» permaneciendo en Venezuela a su regreso de Asia.

Según Maduro, Estados Unidos habría puesto condiciones ante su traslado en un avión de la aerolínea estatal cubana ya que, siguiendo el ejemplo de Chávez, sólo se siente seguro viajando en aeronaves cedidas por el régimen castrista. Forma parte de la paranoia que institucionalizó su mentor, confiando su integridad física al aparato de seguridad cubano.

Las excusas para no asistir a la Asamblea General de la ONU son muchas y variadas, apuntando a Estados Unidos como el hombre del saco responsable de todos los males que padece Venezuela. Pero Maduro sabe bien que aún no domina las mañas de showman de un Chávez que en la ONU, al referirse a George W. Bush, llegó a decir «en este lugar huele a azufre» y que se paseaba en los barrios pobres de Nueva York regalando su petróleo estatal para calentar las calderas de los edificios. El heredero del chavismo es un alumno aplicado en las artes del populismo demagógico, pero el escenario de la ONU aún le viene grande y ha preferido anunciar en su cuenta de Twitter que en su país tiene mucho trabajo.

No le falta razón a Maduro, consciente de que la economía venezolana cae en picado, el crimen azota en las calles y del socialismo del siglo XXI sólo queda la sospecha de que en el seno del chavismo se ha fraguado un narcoestado en el que entran y salen cuantiosos alijos de droga que llegan hasta el aeropuerto Charles De Gaulle en París. Con su espantada se ha ahorrado un espectáculo en la ONU que habría sido más bochornoso que memorable.